LOMLOE: UNA NUEVA CULTURA ESCOLAR

La nueva Ley de Educación (LOMLOE) no introduce cambios en el sistema educativo, pero modifica el concepto de currículo y con ello la cultura escolar.

El sistema educativo pasa de estar al servicio de los contenidos que se aprenden, a poner el énfasis en cómo hacer uso de las cosas que se aprenden. Porque lo que los conocimientos que no se utilizan, terminan olvidándose. Es lo que llamamos currículo competencial: adquirir conocimientos que se traduzcan en competencias. Y eso es muy estimulante para el alumnado, porque termina sabiendo para qué sirve lo que aprende, utilizándolo para desarrollar proyectos, aprendiendo las fuentes de información necesarias para hacer el análisis de una situación o abordar la resolución de un problema concreto. Así se avanza académicamente y también se educa para la vida real en una sociedad en cambio permanente.

Una nueva cultura escolar que sitúa al profesorado en el lugar central de las innovaciones metodológicas y que plantea y deja a la autonomía de los centros educativos la construcción de la nueva organización escolar que se necesita para la implementación de la LOMLOE.

Educar para la vida, formar personas responsables y libres para moverse en el mundo sin el riesgo de ser excluidas, exige pasar de un currículo disciplinar y enciclopédico, fragmentado y descontextualizado, que no se adapta por su rigidez a las distintas y heterogéneas necesidades de un alumnado muy diverso, a un currículo flexible y personalizado, interdisciplinar, integrado y contextualizado, que atienda las diferentes necesidades y expectativas, estilos y ritmos de aprendizaje, motivaciones e intereses, capacidades y nivel educativo. Porque no hay nada más discriminatorio, que tratar igual a los que son diferentes.

¿En qué consiste esta nueva cultura?

Una nueva cultura escolar en la que puedan convivir diferentes metodologías activas, proyectos cooperativos e interdisciplinares, agrupación por ámbitos o la cododencia. Con un enfoque que parte de la hipótesis epistemológica del socioconstructivismo, según la cual una persona construye conocimientos y destrezas a partir de lo que ya conoce.

Una nueva cultura escolar centrada en un aprendizaje significativo, que implica activamente al alumnado en su proceso de aprendizaje, dejando de ser un sujeto pasivo que se remite a escuchar y pasando a centrarse en resolver situaciones reales con actividades auténticas, en situaciones también de incertidumbre y cambio permanente, en entornos de aprendizaje y cooperación entre iguales, aprendiendo todos juntos, estimulando la metacognición, es decir, la capacidad de comprender y, a la vez, manejar el propio proceso de aprendizaje, aprendiendo a aprender.

Un nueva cultura escolar que permita que el aprendizaje se lleve a cabo en un entorno seguro y cálido, en el que el alumnado se sienta libre y confiado, para experimentar, equivocarse y volver a intentarlo y donde la función docente consista en planificar, acompañar, evaluar y reconducir los procesos de aprendizaje del alumnado.

Una nueva cultura escolar donde se pasa de una evaluación del aprendizaje a una evaluación para aprender, a partir de la realización de trabajos en equipo, desarrollo de proyectos de interés social, explicaciones y presentaciones compartidas y búsqueda de información en las fuentes adecuadas para dar respuesta a dudas, interrogantes o problemas concretos o para el análisis de situaciones novedosas. Una evaluación constructiva que reconoce y confía en la capacidad del alumnado para aprender, por lo que el alumnado debe conocer los instrumentos de evaluación, para confiar en la información que esa evaluación le aporta y en la que, por todo ello, debe participar. Porque la evaluación debe mostrar la evidencia de lo que se trabaja y aprende.